14.7.09

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 (sin editar)
Santiago Bullard

Muchos historiadores están de acuerdo al afirmar que el siglo XX empezó, en realidad, en 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial; del mismo modo, creo que podemos decir desde ya, estando todavía tan cerca, que el XXI no empezó con los millones de fiestas que recibieron el año 2000, sino casi dos años después, el once de setiembre del 2001, cuando dos aviones fueron a dar contra las Torres Gemelas, con lo que la Historia puso su sello de sangre para indicarnos que, efectivamente, empezaba un nuevo milenio. Y esta es, precisamente, la fuente de la que ha bebido hasta hartarse Czar Gutiérrez para escribir Bombardero, que pese a ser su primera novela, ya es reconocida por muchos como una obra mayor.
Pero no sólo eso, sino que, con sus complejas propuestas de lenguaje, estéticas y ontológicas, Bombardero es, también, una obra que entra de lleno a una nueva sensibilidad, muy propia de los tiempos que corren. Ahora, viendo que el libro ha sido reeditado, que algunos de sus fragmentos han sido publicados en inglés y que de hecho empieza a hablarse de una traducción íntegra, he pensado que es un buen momento para volver a traer a su autor, junto con su compleja creatura, al frente.
Quedamos en vernos en el Piselli, una taberna barranquina de la que ambos somos asiduos. Antes de salir, puse un par de canciones de Bowie mientras preparaba preguntas, grabadora y casete. Luego salí hacia el bar, con la idea de llegar un poco más temprano: una vez allí, pedí una cerveza y evoqué el olor de las páginas de ese libro, el Bombardero. Caos, violencia y mugre conviven, allí, con la ternura, el placer y la fugacidad de un tiempo que se desmorona. Es un libro arriesgado: complejo, tortuoso, por momentos hasta agresivo. Pero tiene un olor inconfundible: el de la buena literatura. César llega al cabo de un rato, con un amigo. Trae consigo la revista neoyorquina en la que han publicado los primeros fragmentos de Bombardero traducidos al inglés. Pedimos otra cerveza y nos quedamos charlando hasta que hace su aparición el fotógrafo. Preparo mis cosas. Estamos en el aire


Han pasado tres años desde que apareció Bombardero y arrancó a volar. ¿Cómo ves tú, desde tu posición de autor, el mar de reacciones que ha ido generando el libro?
Absolutamente sorprendente, desde el primer momento. Inclusive desde antes de que saliera el libro era entre gracioso y terrorífico saber que había una expectativa que pendulaba entre la admiración y el ataque frontal, digamos. Y sospecho que va a seguir siendo así, porque cuando se publicó la primera “proto-versión” del libro, que después siguió siendo corregida, en un blog bastante conocido, han pasado muchas cosas. Yo jamás pensé que pudiera generar la respuesta que tuvo; y ahora que cierro este ciclo me pongo a pensar si yo realmente tenía en ese entonces el más mínimo cálculo de lo que podía haber generado durante todo este tiempo, y te confieso que no. Nunca pensé que este libro iba a ser reproducido por una editorial tan fuerte como Norma; que iba a tener una repercusión internacional como la que tuvo; que iba a ser traducido… No: pensé que iba a ser totalmente apabullado, sepultado por el mar de críticas y por toda esta cosa que tiene el Perú. Pero supongo que también esa es la senda del perdedor, como decía Bukowski: si tú haces algo para llegar al fondo de las cosas, hay un punto en el que ya no puedes caer más. Hice este libro para tocar el fondo de las cosas y  supongo que por eso sigo flotando un poquito hasta ahora. (Risas)

Pero la crítica en general no ha sido mala. Además de Fernando Ampuero y Mirko Lauer, que fueron los que presentaron el libro, ha habido otras críticas buenas. La de González-Vigil, por ejemplo.
Bueno, sí. Debe haber habido por lo menos unas… 29 o 30 críticas absolutamente favorables. Hay sólo una que no es tan favorable, pero es de un tipo que siempre termina diciendo lo mismo, ¿no? Es el único que quiso distinguirse por ser el “alumno malcriado” de la clase(Risas). Entre otros, Julio Ortega fue muy generoso y en EEUU hicieron exégesis muy favorables.

Reacción, además, bastante amplia, si tomamos en cuenta que el primer tiraje del libro no pasó de los cuánto, ¿quinientos cincuenta ejemplares?
Fueron quinientos, en realidad. Menos uno que se quedó el impresor. Cuatrocientos noventa y nueve libros que salieron en enero del 2008, guardados en veinticinco cajas, cada una de las cuales para mí pesaba una tonelada cada una. Yo mismo las cargué hasta donde estaba alojado acá en Lima, el hotelito barranquino de Saenz Peña. Lo presenté con Lauer y Ampuero y después pasó una cosa muy bonita. Porque yo no tenía dónde ni cómo vivir, pero el libro me fue manteniendo. Es más, durante un año, y casi dos, viví de este libro. Creo que hasta podría enorgullecerme de ser tal vez el tercer autor peruano en vivir de su obra. Porque quiénes están: Vargas Llosa, Bryce… y yo (Risas).

A ver, yo siempre he pensado en algo que se desprende de la lectura del libro, y es a lo que podríamos llamar el “Universo Bombardero”. ¿Cómo definirías tú este “Universo”?
Bueno, ahora que he tomado algo de distancia, porque hace un tiempo que no lo leo, y ha pasado mucho desde que lo escribí, trataré de definirlo. Porque, claro, cuando tienes el “muerto fresco” no puedes saber a qué huele, ¿no? Pero ahora que sé que está bien muerto, supongo que debe ser un scanner de las distopías. Pueden ser también once pedazos rotos de un motor de guerra. Pueden ser once amores fragmentándose en once ciudades que se demuelen. Son muchas historias que corresponderían a la idea original posmoderna: el fragmento que vuela a partir de sus partículas elementales, utilizando un término de Houellebecq. Por lo demás me sigue pareciendo una cosa muy extraña, absolutamente inasible, que en este instante no podría hacer y ante la cual me siento absolutamente empequeñecido.

Además, el lenguaje que usas, mitad prestado del mundo contemporáneo, mitad inventado, ayuda mucho a generar esta impresión ontológica, de universo “cerrado”, que tiene Bombardero. Los nombres de las ciudades, los préstamos, los juegos de palabras… ¿cómo surge este proceso lingüístico?
A ver… te cuento cómo trabajé. Lo trabajé de una manera absolutamente cerebral, jamás pensé que la inspiración pudiera guiarme. En realidad, fue eso que dicen los italianos: diez por ciento de inspiración, noventa por ciento de transpiración. Y en este caso creo que fue casi un cien por ciento de transpiración. Porque inspiración no hubo mucha. Lo que hubo fue la chamba de un sujeto que necesitaba vengarse de sí mismo. Hacía mucho que estaba vinculado al periodismo y me sentía todo el tiempo pésimo yendo a trabajar para que mis entrevistados se llevaran la gloria. Así que me dije: “Bueno, me pagarán mucha plata por ecribir y tal, pero yo quiero trabajar para mí”. Obviamente, esto derivaría necesariamente en un cataclismo económico cuyas consecuencias sigo sufriendo, pero me siento mucho mejor, más liberado, con menos plata pero con más amigos que antes. Y habiendo construido esto que fue, como te digo, una venganza. Y mi venganza consistió en crear un aparato que no existía pero que hice funcionar. Era una licuadora, o era un sampler, o era cualquier cosa que sirva para mezclar. Ya tenía más o menos una idea de la situación, y con eso había que habilitar dos cosas: atmósfera y personajes. En esa ecuación busqué aliados en la red, en los libros, en películas, en versos, en pinturas… todo lo que fuera útil para la historia, que supuestamente estaba en mi mente. Y todas estas situaciones confluían en esta licuadora, en este sampler, en este mecanismo de disolución de fragmentos, allí empezaban a trabajarse, a anularse y a reeditar mutuamente sus perspectivas. Es así como cada situación fragmentaria se fue uniendo de manera más o menos trabajosa y con una cantidad enorme de información, porque había una selva de datos y el problema era cómo hacer que esta aparatosa conflagración de elementos funcionara con todas las demás sensaciones que había acumulado durante el proceso. Era muy complicado. Me demoraba mucho en armar una pequeña parte, pero la novela se fue armando así, y yo no tenía idea de qué cosa iba a ser este libro al final. Ni siquiera sabía que tenía que ser una historia de amor, pero pensé: el 11S, las Torres y demás… bueno, aquí hay una guerra. Y en la guerra tiene que haber una víctima y tiene que haber un héroe, un héroe y una heroína, un héroe y su relación con la heroína. Entonces ocurrió el primer momento, en el que vinculé dos conceptos que luego se fueron multiplicando en la velocidad del tiempo en que ocurrían las situaciones para alimentar la historia principal y las miles de historias sucedáneas, alternas y aleatorias.

Pero no sólo eso. Porque de acuerdo: por un lado, Bombardero es una historia de amor y de violencia, de destrucción y sensualidad, erótico y tanático… una suerte de tour de force interior en el que al final le cedes el cuchillo al lector para que escenifique su autoviolación o su automasacre. Pero no sólo eso, sino que también es una suerte de “persiana americana” a través de la cual revelas tu propio mundo. Hay un placer voyeur.
¡Sí, claro que sí! Sobre todo, potenciado por la poesía, ¿sabes? Justo estábamos hablando de Fernando (Ampuero) hace un instante, él siempre decía que el narrador puede hablar desde cualquier punto de vista; pero el poeta siempre habla en primera persona. No hay un solo verso en la historia en el que la poesía se ausente. Así, este libro es casi un pretexto para hacer un poema. Claro, usé la trama y todo eso, pero siempre con un componente poético. Cuando hay ironía bueno, el lenguaje digamos que se degrada. Siempre pensé que los grandes momentos de la historia de la literatura son necesariamente poéticos, y como yo no soy un gran escritor de los grandes momentos de la historia de la literatura, apelé a la poesía para que mi librito por lo menos pudiera flotar, gracias a la maravilla del lenguaje. Como no soy un gran imaginador, como no soy un portento joyceano o borgeano, me apoyo en las pequeñas cosas que tengo. Y la pequeña cosa que tengo es la poesía. Así, he tratado de que mi libro se salvara por ese lado, una sucesión de versos que subyuguen al lector. Tal vez por eso el uso predominante de la primera persona.

Bueno, si hasta has puesto una foto tuya en una parte del libro.
Ah, sí. En “Hiroshima”.

Y precisamente ese es uno de los temas de los que quería hablarte. Porque tú recurres a muchos lenguajes: al de la historia, al de la publicidad, al de las ciencias, hasta al de la crítica musical, en esa exposición que haces del disco de Bowie… y todo esto es una excusa para hacer poesía.
Claro. Y por otro lado, estos lenguajes son otra forma de exponerme. Lo que me dices de la crítica musical, por ejemplo, tiene que ver con que también escribí de música, que fue la que me llamó finalmente a la literatura. Fui un disjockey, era cualquier otra cosa menos escritor, y me di cuenta de que era escritor cuando me llamaron mis amigos de Caretas porque tenía una columna sobre rock en un diario perdido en las estribaciones de los Andes sur-peruanos…

¿En “Momiamía” (Cuzco)?
(Risas) No, no… en “Ciudad Pálida” (Arequipa). Y bueno, esta columna tuvo cierta repercusión, así que me llamaron los de Caretas. Y resulta que estos amigos no eran periodistas sino más bien escritores, poetas. Así que me metieron al taller de literatura, y me decían: “Oye, escríbete un poema pues, hermanito”, y yo bueno, escribía un poema. Y luego empecé a leer a Eielson, y a conocer qué había pasado en este país, yo estaba saliendo de una cabina de radio y no sabía nada de literatura, y me encontré con este mundo tan maravilloso. Fue en Caretas donde aprendí a escribir poniendo titulares graciosos en una columna política, “Mar de fondo”,  por ejemplo. 

Y, en vistas a esta fusión de estilos, a esta diversidad de lenguajes con la excusa de la poesía, ¿tú crees que Bombardero propondría en cierto modo una “nueva sensibilidad”, no para hacer frente, sino para reconocerse dentro de un mundo contemporáneo, virtual, catastrófico, que corre a mil por hora?
Mira, Santiago, a mí me encantaría que Bombardero no solo haga eso, sino que nos sumerja a todos, incuyéndome, en el universo de las 23 o 56 escalas de grises que tiene un e-book. Me encantaría que fuera un libro cibernético, que tuviera movimiento, olor… y esa es una de las grandes frustraciones que yo tenía al momento de escribirlo, porque lo que realmente quiero, y aspiro, es lograr crear una cosa que conjugue literatura con movimiento, con imágenes, que integre cine, escultura, pintura… es decir, que sea totalmente interactivo. Si este libro no es interactivo es porque está en papel. Y lo que gustaría sería corporeizar y dinamizar aún más el universo de Bombardero, que puedas tocar y que aparezcan las imágenes, que estalle. Mi libro lo intenta, pero tiene grandes frustraciones. Digamos que es un proto-libro, hecho por un pobre sujeto enamorado de los nuevos tiempos por venir. Porque yo creo que llegará un momento en el que uno pueda hacer un e-book inmediatamente, ¿no? Osea, agarras y pones “print” y sale un e-book (Risas).

Ya que volvemos a estos temas, hay una palabra que mencionaste antes sobre la que me gustaría volver. ¿Cómo definirías tú, no en lenguaje Vattimo sino en lenguaje César Gutiérrez, la posmodernidad?
Tal vez que es una nueva estructura para los viejos sentimientos.

Hace no mucho el líder del grupo “Nocilla”, Agustín Fernández Mallo, con el que estuviste en Nueva York, comentó que lo que más le interesaba del panorama literario peruano actual eran Alarcón y tú. Y claro, ustedes tienen proyectos literarios muy diferentes, pero comparten eso que Wittgenstein llamaba un “parecido de familia”. ¿Cómo ves tú la obra y el proyecto de Fernández Mallo?
Bueno, cuando lo conocí no lo había leído, y él tuvo un gesto maravilloso: entró en una librería y compró los tres libros y me los regaló. Cuando los leí me sentí emocionado de saber que tenía eso que dices, un familiar cercano. Porque normalmente eso de los “booms” literarios españoles te dan cierto tipo de desconfianza. Pero esta vez estaba muy bien, y creo que la posibilidad que le han dado las editoriales españolas y su repercusión son muy bien merecidas. Lo que me parece es que hay un descentramiento del mainstream desde el germen. Fernández Mallo no es un escritor. Fernández Mallo es un físico. Entonces sus libros están llenos de coordenadas, y él las adecua de tal forma que tienes información extra-literaria. Y yo tampoco procedo de la literatura. Yo soy un advenedizo. Y así me trataron de marginar en su momento. Cuando lancé mi revista, “Revólver” (1988), la convoqué como discjockey y tuvo una respuesta terrible en Arequipa y notable aquí en Lima. Y supongo que se trata también de lo que algún crítico notable dijo: “El español es el idioma que más maltratos trae a la consciencia del ser humano”. Porque es un idioma arribista, violento. Y lo que hacen los escritores es crear un lenguaje alterno, en el que se refugian. Esta alteridad, en el caso de Fernández Mallo, es la ciencia, de ella exprime una prosa con catalizadores científicos. En el mío, la ciencia ficción, que todavía está un poco más cerca de la literatura. Y estos lenguajes alternos, al trasvasarse en/como literatura, se convierten también en conjuntos de metáforas.

Ahora háblanos un poco del próximo bombardeo. ¿Tienes algún proyecto entre manos, o todavía estás maquinando? Recuerdo que hace un tiempo me hablaste de algo relacionado al teatro. Si se pueden dar adelantos, claro.
Sí, claro. Se puede hablar de todo. Yo no tengo esas cábalas de no hablar de lo que se está haciendo porque me va a traer mala suerte. Yo ya he tenido suficiente mala suerte en la vida, así que por qué voy a estar diciendo ese tipo de huevadas. (Risas) Y si no que me vaya mal, pues; que me vaya muy mal. ¡Si cuando estoy en el fondo es cuando mejores cosas me pasan!! Y bueno, sí. Tenía este proyecto, que estuvo trabajándose con Óscar Naters, de “íntegro”, y que ya tenía un esquema más o menos hecho. Pero estos chicos de “Norma” son  muy informales.  Así que el proyecto ha tenido que ser puesto de lado de momento, lo haré cuando me dé la gana. Tengo muchos amigos que son excelentes actores y actrices, así que sería cuestión de darse un tiempo. Antes se estuvo haciendo también una película, que terminó  igual, frustrada…

“En el aire”
Así, es. “En el aire” (Risas). Y después tuve el proyecto de irme de este país. Irme de Lima. Lima me parece uno de los lugares más bellos para tener amigos, a contrapelo de la ciudad, que me parece francamente horrorosa. Por eso vivo mirando al mar. Pero después tengo que darme la vuelta para ir a comprar comida. Y entonces a dos cuadras de la casa está el Perú en su explosión más gris.

Eielson dijo una vez que Lima es una ciudad asediada por la muerte.
Es verdad. Lima es una ciudad agónica. Y es una ciudad no sólo asediada por la muerte, sino también por los peruanos.

Que son peores que la muerte (Risas).
Que son un aperitivo del infierno. Pero bueno, hay que seguir navegando en medio de la humedad de esta ciudad. Pero estoy tratando de irme para escribir otro libro que pivote en torno a Nueva York. Hace poco estuve allá más de un mes y busqué todas las coordenadas que me lleven a investigar esta cosa en la que he pensado desde que terminé Bombardero, que es una cosa metafórica: cuando caen las torres, todas las situaciones ocurren en el subsuelo de la ciudad. Es una novela que siempre quise hacer: una mezcla de las crónicas del  time-out en las vías del metro y sabe qué es lo que pasa en el interior, en las tripas de la ciudad. Y que en determinado momento los influjos de este mundo subterráneo operen de manera violenta en la superficie; porque las torres cayeron, y todos hemos muerto en ese momento. Entonces, ese magma flota y asciende a la superficie, donde ocurren los multi-ciber-procesos. Una novela que vaya desde el subsuelo a la superficie. Claro que yo no sé cómo hacer esto hasta que esté sobre el teclado y xcontra el plasma, pero ya tengo las coordenadas, ya sé cuáles son las cuatro estaciones en base a las cuales tengo que trabajar: ya las estudié, las tengo filmadas, sé cuál es movimiento exacto de los trenes, la cantidad exacta de óxido que hay en cada una de las cicatrices de plomo, y cuántos son los asesinatos, y cuántas las putas que asisten… Quiero hacer un trabajo de ingeniería genética en base a esta ciudad fabulosa, fascinante, extraordinaria y catastróficamente emocionante.

Y volviendo al Bombardero, hablemos un poco de cómo marcha la traducción al inglés.
Perdidos en la traducción.

Bueno, tomando en cuenta las dificultades que ofrece el texto, por la cantidad de juegos de palabras, los términos y demás, ¿crees que el inglés da una nueva posibilidad a tu texto, o que más bien lo limita?
Yo no puedo saber tanto sobre eso. De hecho, lo experimenté en abril, en Amherst, la ciudad de Emily Dickinson. Allí se formó un primer equipo de traductores a raíz de la gira que hice por cinco universidades: había un grupo de chicos que estaban allí siempre, tomando fotos, grabando… y en cierto momento me abordan en la fiesta que me hicieron después de la presentación en la Universidad de Massachussets y me proponen sacar una traducción del libro. Hubo otro conflicto con otro editor, también, y se peleaban, y me ofrecían esto y lo otro, que un departamento en Nueva York y no sé que tanta cosa; y yo sólo les decía: “I want to drink a beer with you”.(Risas) Era muy gracioso, porque estaba borrachísimo, y los chicos se reían, y yo me sentía un poco como Oscar Wilde que cuando llega a Estados Unidos y todos le abordan y le preguntan que qué tiene que declarar, él les dice: “Además de mi talento, nada”. (Risas) Así que pasó todo esto, y se forma este primer grupo que empieza a traducir los fragmentos que han aparecido en el “New York Tyrant”. Me quedé todavía otro par de semanas, y de pronto se empezaron a pelear entre ellos porque surgían problemas de ese tipo: ¿cómo traduces, por ejemplo, “Quechueslovaquia”? Entonces uno decía una cosa y el otro decía otra… y yo aportaba con lo que podía, que era mínimo, y les recomendaba qué se yo... que pusieran un pie de página explicando el juego de palabras o algo así. Pero los chicos se siguieron peleando y se pelearon tanto que se disolvieron (Risas). Así que opté por lo más salomónico: les dije que bueno, si ustedes no pueden, Mónica Bellevan, que es una chica brillante y la que me ha acompañado todos estos años empujando al Bombardero, podía encargarse del asunto. Y confié en Mónica para que hiciera una reedición, porque cuando le mostré esta traducción del “Tyrant” ella se quedó pasmada, y me dijo: “¿Vos has dejado –Mónica ha vivido muchos años en Uruguay, y se le ha quedado el voceo– que hagan esto? ¡Pero si le han quitado toda la poesía!” Y ahora quiere mandar una carta y denunciar a los traductores y qué se yo (Risas). Pero voy a confiar en ella, porque ella conoce todo el proceso y me ha acompañado todos estos años. Cuando nadie le daba bola a este libro y yo era un tipo abandonado y completamente derrotado, descastado, Mónica fue el único lazo sólido que tuve con la cultura nacional: me escribía a Nueva York, me mantenía al tanto y se preocupaba por mis progresos. Yo le preguntaba que qué podía hacer con este libro que nadie quería, y ella me respondía que fuera paciente como las arañas. Y cuando ocurrió el milagro y cayó la plata para sacar el libro, Mónica me dijo: “Bueno, ¿no te dije? Ahí está”. Pero yo, como soy medio paranoico, entraba en desesperación y creía que todo el mundo estaba en mi contra. Sólo que claro, no soy tan importante como para que todo el mundo esté en mi contra, ¿no?


Esta entrevista fue realizada en el transcurso del año pasado, así que donde se lee "tres años", tendría que leerse ahora "cuatro". Por diversos motivos, al final quedó inédita, así que me he dado el lujo de publicarla íntegra, sin mayores procesos de edición, pero con la esperanza de que pase a formar parte del corpus de textos que rodean esta obra única en su especie que es el Bombardero, y de que sea no sólo una lectura relevante para alguno, sino también grata. Las fotografías son obra y gracia de mi compadre Jorge Chávez.

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