10.2.10

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n e w y o r k c i t y
p r e s e n t
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instituto cervantes
11.04.2010
211-215 east 49th street
new york, ny 10017
subway e,v to lexington ave-53rd St; 6 to 51st st.
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mc nallys book store
fri 16
czar vallejo's end
big, beautiful independent bookstore in new york's nolita, where soho, noho, the lower east side, chinatown, and little italy meet (it's also a stone's throw from tribeca, the east village, west village, and wall st
brown university / providence
V
c o n g r e s o i n t e r n a c i o n a l
d e s t u d i o s t r a n s a t l á n t i c o s
(post-nacionales - en dialogo entre orillas - trans-fronterizas)
"jorge volpi & czar gutiérrez:
una conversación sobre la novela del siglo XXI"
dirección: julio ortega
10 abril 2010
instituto cervantes / nueva york
e n c u e n t r o
l a t i n o a m é r i c a - e s p a ñ a

literaturas trasatlánticas
(post-nacionales, en dialogo entre orillas, trans-fronterizas)
jordi carrión (españa)
czar gutiérrez (arequipa)
jorge volpi (méxico)
agustín fernández mallo (españa)

12 abril 2010

4 comentarios:

  1. Hola cZar: ya era hora de que nos traigas tu libro, bienvenido otra vez a nueva york, estaremos en el cervantes.
    Un abrazo enorme

    Andrea Wagner
    (estudiante de NYU)

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  2. gracias andrea
    un abrazo

    (estare también en nyu)

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  3. Que bueno que al fin conseguiste despegar afuera, te deseo lo mejor
    Su

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  4. BRUNO LARCO: EL ÚLTIMO POETA MALDITO (Marcel Velásquez)
    Cuando uno empieza a leer Migraciones, la última novela de Víctor Coral, las imágenes sobre tres poetas canónicos (Oquendo de Amat, Martín Adán y Leopoldo María Panero) aparecen página tras página. Uno está tentado a escribir sobre los migrantes y la migración misma, sobre lo que significa escribir desde la otra margen, sobre los poetas que se van (y vuelven, a veces), como el narrador en primera persona, Bruno Larco, que es ejemplo de ello. Sin embargo, decidí no abundar más sobre eso, aunque se trate de un tema muy rico y, cómo no, siempre candente.

    Desde que Víctor Coral se hizo conocido gracias a Luz de Limbo, Ciello Estrellado y Parabellum, poemarios que la crítica no pudo pasar por alto, uno esperaba entregas más ambiciosas. La segunda novela de Coral es un pequeño homenaje a los poetas malditos y un jocoso desprecio a los críticos (“esos sordos, eunucos, que dicen tener orejas de perro”). Debo confesar que sentí curiosidad sobre por qué Coral había decidido considerar a este trío genial como tronco y leiv motiv de Migraciones. Siempre me han fascinado los epígrafes porque son puntos de partida, claves que te conectan con el mundo del poeta, con su genealogía como autor. Se trata de un viaje dentro de sus lecturas, de sus vinculaciones afectivas y su manera de entender su propio texto, que no necesariamente debe coincidir con nuestra lectura.
    Víctor Coral, en una entrevista reciente a propósito de su libro, ha expresado que: “La poesía me es siempre un espacio de búsqueda constante, de adivinar el otro lado de la vida, de aquel artilugio maravilloso que nos posibilita el poder supremo de respirar. Pero la novela es un salto audaz que permite un vuelco poderoso sobre la sombra de la poesía”. Así, este libro se convierte en una reflexión permanente sobre la poesía, la novela y los poetas malditos. Todos aquellos puentes, mares, playas y ríos, toda aquellas fronteras que nos separan pero se tocan, como la mirada de las dos ballenas una frente a la otra en el poema “Desde las arenas del Océano Pacífico las estrellas del mar retornan del cielo” son todas imágenes, metáforas que- intuyo- intentan unir, a través de la poesía, lo que la realidad ha separado cruelmente. Es decir, se tiende un puente más complejo y universal a través de una poesía y la narrativa que viaja en el corazón del sujeto poético.
    Lo que está viajando, migrando, “esos fragmentos” a los que alude Coral constantemente en los poemas, son retazos que se hilvanan para construir la novela, la idea de una historia que se organiza a sí misma en medio del griterío interno de Bruno Larco, de aquella algarabía “y es el poema el que nos medita en el desorden que sin llamar organiza el rugir del mar en uno la arena que va siendo el nuevo temporal” (“Una figura como una ciudad entre dos territorios”). Ese rugir, se entiende, es la chispa que late en el corazón de Larco, en el corazón de su obra.

    Pero seamos claros, no estamos hablando de una poesía “que se está callada escuchando su propia voz”, como escribió Martín Adán –al que se hace referencia y se le rinde homenaje–, sino una poesía que se ensucia con lo cotidiano: ir de un lugar a otro o imaginar el “patio de una escuela nacional” (es decir, debemos pensar exactamente en esa escuela derruida del Perú), pero a la vez se engarza en su propia reflexión teórica. Por ello la hiperconciencia del fragmento, de la división, de la incapacidad de fijar la historia se hacen presentes en esta obra. “Una historia que no se puede fijar nómada y errante historia que no se cuenta ni a sí misma siquiera sin pasado” (“Una historia que no se puede fijar”). Paradoja, pues, de la era de la globalización donde suponemos que los límites van quedando en el pasado; falso, mientras se borran unos, se crean otros y el sujeto que mitiga las dudas es el que tiene Bruno Larco, el poeta maldito, el heredero de Adán que migra, sumido en una silenciosa algarabía.

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